En voz alta

Cuento cuentos, escribo y pienso, aunque no siempre lo hago en este orden.

La ilusión de aprender a leer

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Mi hijo está aprendiendo a leer. Minucioso y atento, va descifrando sílaba a sílaba cada palabra como si fuera un detective analizando un mensaje en clave. Cuando su cabeza completa la palabra, la pronuncia con los ojos en voz alta. La dice con la misma ilusión del investigador que acaba de descubrir la vacuna que va a salvar a la humanidad. Y la pronuncia con esa ilusión porque aunque inconscientemente él siente que está aprendiendo algo vital. Se siente mucho más mayor, porque aprender a leer supone un enorme crecimiento personal.

Vargas Llosa en el discurso que pronunció al recibir el Premio Nóbel dijo que lo más importante que le había pasado en la vida fue aprender a leer.

La ilusión de mi hijo al descifrar esos signos que hasta hace poco eran un código sin sentido le ilusiona porque es consciente de su propio aprendizaje, de su propio proceso, descubre que es capaz de hacer algo que hasta ahora su mamá y otros adultos habíamos hecho por él. Pero también porque de alguna manera sabe que leer le va a cambiar la vida, que le abrirá la puerta a vivir muchos mundos, sumergirse en historias. Es decir porque percibe su propio crecimiento, la superación del reto, su autonomía, su independencia.

Viendo a mi hijo ilusionado con este aprendizaje me he acordado de las mujeres de la escuela de adultos Sn Federico en la que estuve de voluntaria hace ya muchos años. Ellas tenían más de 60 años, de niñas y jóvenes no habían podido ir a la escuela, un privilegio que en esa época estaba destinado solo a sus hermanos varones. Pero ellas no se resignaron a no saber y de adultas acudían cada tarde-noche a la escuela a aprender a leer y a escribir. Su ilusión por aprender era la misma que muestra mi hijo con sus 5 años, pero es menos espontánea, quizá porque sabían que llegaba con años de retraso. En ellas la ilusión de aprender se mezclaba con la liberación de la vergüenza y las limitaciones vividas durante décadas de no saber leer.

Nuestra generación y en nuestra sociedad hemos normalizado que los niños y las niñas aprenden a leer. No obstante, la educación es obligatoria y gratuita entre los 6 y los 16 años. Y quizá por ello, a este proceso no le prestamos la atención que merece, o solo le prestamos atención como un aspecto esencial del curriculum académico que nuestro hijo debe superar.

Pero en nuestro país hasta hace relativamente poco esto no ha sido así, especialmente para muchas mujeres aprender a leer, a escribir, les estaba vetado. Pese a que la educación es un derecho humano esencial, en muchos países del mundo, no todos los niños y, especialmente, las niñas pueden acudir a una escuela. Por eso me parece muy importante valorar que en este momento y en nuestro país, los niños y las niñas ejercen el derecho a la educación y a la lectura, y no olvidarnos de los y las menores que no lo tienen garantizado.

El sustantivo “derecho” se utiliza con los verbos garantizar o ejercer, pero también con el de disfrutar. Los derechos se disfrutan, y el derecho a leer se disfruta en todos los sentidos, con cada una de sus letras.

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