Los amigos de AEDA (Asociación de Profesionales de la Narración Oral en España) me han invitado a colaborar en su particular Diccionario de Narración Oral. Se trata de una publicación, por el momento, digital, en la que están definidos términos relacionados con el arte y ofico de la narración oral. Es, además, una obra colectiva. Aquí podéis consultar la lista de términos y sus autores-as. Las ilustraciones de las letras son de Nono Granero.A mí me han pedido que defina la palabra «Retahíla», una palabra que no solo me gusta mucho -retahíla, ¡qué bien suena!- sino que además me define a mí también. Con lo cual, redactar este texto ha sido un ejercicio de ida y vuelta: la palabra me define y yo la defino a ella.
Ahí va mi definición propia de Retahíla:
RETAHÍLA
Juego poético, oral, colectivo.
Es un juego que utiliza lo más propio del ser humano: el lenguaje. La retahíla juega a retorcerlo, exprimirlo, apachurrarlo, estirarlo, colorearlo, bailarlo… sin más objetivo que el de disfrutar en el aquí y el ahora pero, paradójicamente, haciendo perder la noción del tiempo y del espacio. Es un ejemplo muy claro del placer que produce contar por contar, sin ninguna otra pretensión.
Es un texto poético, normalmente con rima y siempre con ritmo. Por lo ilógico de su lenguaje e imágenes, está cerca de la poesía del absurdo, y se le puede considerar la antesala del surrealismo y otras vanguardias.
Es oral porque las retahílas surgieron, se transmitieron y se siguen transmitiendo de viva voz. Y porque, incluso leída en un libro, su sonido resuena en la cabeza del lector.
Es colectivo porque las retahílas nos pertenecen a todos. Fueron creadas por el pueblo, y han sido y seguirán siendo vividas por el pueblo, especialmente por los niños. Son ellos quienes más se las apropian y las juegan con naturalidad ya que forman parte de su mundo. Es colectiva, también, porque para que surja la retahíla debe haber, al menos, dos personas. Y las dos participan en su juego hablando, escuchando, cantando, repitiendo, gesticulando…
Las retahílas suelen ser pequeñas pero tienen mucho poder. Tienen poderes, digamos, prácticos: enseñan a los bebés las partes de su cuerpo, son mágicas, sirven para elegir a alguien para que haga algo, para burlarse, para encontrar objetos…Cuando se incluyen dentro de un cuento tienen la capacidad de identificar al personaje y facilitan que el oyente lo pueda seguir y lo recuerde.
Pero su mayor poder es que logran el encuentro entre quien la dice y quienes la escuchan, porque las retahílas tienen una enorme capacidad de comunicación comprobada y consolidada tras años, siglos incluso, de historia. Además, poseen un gran poder evocador. Una retahíla siempre rescata a otras y provocan el juego, si quien la escucha es un niño, y desatan la memoria, si quien la escucha es un adulto.
Vamos a hacer la prueba. Aunque este sea un texto escrito, si yo digo: “Érase una vieja, virueja, virueja, de pico pico teja, de pompomperá…”, quienes estáis leyendo seguro que ahora diríais “yo me la sé de esta manera…” o “yo cuento la de…”, “y también esta…” Así irían saliendo una detrás de otra, encadenadas, tiradas por un hilo, porque como decía Carmen Martín Gaite: “retahílas piden retahílas”*.
La escritora, admiradora y estudiosa de las narraciones orales, homenajeó en su novela Retahílas esta forma literaria. A través de su argumento y estructura, mostró los rasgos esenciales de la retahíla, es decir, una conversación que trae los recuerdos al presente y los va uniendo unos con otros. Y esto crea lazos de afecto entre quien habla y quien escucha, y sirve para ahuyentar los fantasmas de la muerte.