El otro día mi hijo me contaba que había estado jugando con su amigo Enzo a buscar un tesoro. Me lo contaba ilusionadísimo.
–¿Lo habéis encontrado? –le pregunté.
–¡Si! –respondió, con un brillo en los ojos que deslumbraba.
–¿Y qué había en el tesoro?
Entonces se quedó callado, pensando, y dijo:
–Nada.