En voz alta

Cuento cuentos, escribo y pienso, aunque no siempre lo hago en este orden.

Los tres bandidos

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“Éranse una vez tres feroces bandidos de negra capa y negro sombrero”. Se lo leo por primera vez a Ángel sentado en mi regazo y al leerlo resuena en mi cabeza el eco de mi propia voz de hace cuarenta años, cuando yo era pequeña. Un comienzo que repetía una y otra vez porque me lo sabía de memoria.

Pasar la página me permite coger aire y respirar tras el estremecimiento que ha recorrido mi cuerpo y me ha entrecortado la voz. Ángel me mira como diciendo “mamá, sigue”, y escucha y mira atento toda la historia, sin perder un detalle. A medida que el cuento avanza, veo cómo Ángel disfruta, se ríe (el nombre de Úrsula, que nunca había escuchado, le hace gracia) y se sorprende con lo que va ocurriendo. Por la noche, antes de acostarse, me pide que se lo lea otra vez.

Los cuentos clásicos lo son por algo. Seguramente porque forman parte de la vida de muchas personas. La mía, desde luego. Y en la de Ángel, creo que también los tres bandidos van a tener un sitio.

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