“El sombrero que llevo puesto no es mío. Lo he robado.” Así empieza El ladrón del sombrero, de Jon Klassen (Editorial Nube Ocho), toda una declaración de intenciones en plena dictadura de lo políticamente correcto y del utilitarismo didáctico de los cuentos infantiles.
Este álbum lo descubrí hace tiempo en la biblioteca y ahora me lo he reencontrado. Desde que lo leí por primera vez, me fascinó su capacidad de contar tanto con tan pocos elementos.
Que los cuentos crecen junto con nosotros, es algo que había experimentado y experimento en numerosas ocasiones. Muchos de los cuentos que narro desde hace tiempo se han ido llenando de mis vivencias, descubrimientos o aprendizajes. Y así, los cuentos se van cargando de simbolismo, de profundidad y de significados según voy cumpliendo años y acumulando experiencias. Esto también me ocurre –nos ocurre a muchas personas- con los cuentos leídos. Creo que todos tenemos algún libro que nos ha acompañado en distintos momentos vitales, y en cada uno de ellos hemos descubierto aspectos (frases, personajes, comportamientos…) que en otras lecturas anteriores no habíamos reparado.
Ahora estoy empezando a descubrir este proceso con mi hijo. Y es emocionante. Ha ocurrido esta semana con el cuento Todos menos uno de Eric Battut. Sigue leyendo →
Mi hijo está aprendiendo a leer. Minucioso y atento, va descifrando sílaba a sílaba cada palabra como si fuera un detective analizando un mensaje en clave. Cuando su cabeza completa la palabra, la pronuncia con los ojos en voz alta. La dice con la misma ilusión del investigador que acaba de descubrir la vacuna que va a salvar a la humanidad. Y la pronuncia con esa ilusión porque aunque inconscientemente él siente que está aprendiendo algo vital. Se siente mucho más mayor, porque aprender a leer supone un enorme crecimiento personal.
“Éranse una vez tres feroces bandidos de negra capa y negro sombrero”. Se lo leo por primera vez a Ángel sentado en mi regazo y al leerlo resuena en mi cabeza el eco de mi propia voz de hace cuarenta años, cuando yo era pequeña. Un comienzo que repetía una y otra vez porque me lo sabía de memoria.
Arturo, escrito por Xosé Manuel González “Oli” e ilustrado por Marc Thaeger es un cuento que me emociona de manera especial. Mi hijo y yo lo hemos leído muchas veces. Y siempre, al llegar a la última página, me estremezco. Mi hijo también, por eso se abraza a mí y se acurruca en mi barriga recordando cuando él estaba dentro.
La frase “aquella vez fue la primera que Arturo durmió en un edredón de plumas”, con el dibujo de la mamá pata arropando a su pollo con el ala es el nacimiento de mi hijo; cuenta el momento en el que por primera vez yo sentí a mi hijo encima de mi vientre (después de 39 semanas dentro), moviéndose asustado, con frío, echando de menos el espacio en el que se sentía cómodo y protegido, igual que Arturo. Y yo, igual que la mamá pata del cuento, le abrazaba para darle calor y cariño. Fueron solo unos segundos pero tan intensos para él y para mí que a los dos se nos han quedado grabados en nuestra memoria y en nuestro cuerpo. Por eso, este cuento que narra esos instantes nos estremece a los dos.
De ese momento, el más importante de mi vida, no tengo fotos ni muchísimo menos vídeo, ¡ni falta que hace! porque es un recuerdo que está grabado en mi memoria y en mi cuerpo. Arturo hace que lo reviva cada vez que lo leemos.