En voz alta

Cuento cuentos, escribo y pienso, aunque no siempre lo hago en este orden.

Elogio de lo gamberro

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“El sombrero que llevo puesto no es mío. Lo he robado.” Así empieza El ladrón del sombrero, de Jon Klassen (Editorial Nube Ocho), toda una declaración de intenciones en plena dictadura de lo políticamente correcto y del utilitarismo didáctico de los cuentos infantiles.

Este álbum lo descubrí hace tiempo en la biblioteca y ahora  me lo he reencontrado. Desde que lo leí por primera vez, me fascinó su capacidad de contar tanto con tan pocos elementos.

Es una historia muy gamberra de un pez pequeño que roba un sombrero a un pez muy grande. El texto cuenta en primera persona los pensamientos del protagonista, mientras en las ilustraciones vemos lo que está ocurriendo. El contraste entre texto e ilustración crea un juego muy divertido con una importante carga de ironía que el niño lector capta rápidamente.

El comportamiento del pequeño pez conecta con la actitud tan infantil (o quizá no solo infantil) de tratar de justificarte a ti mismo ante un hecho reprobable que has cometido. Abordar este comportamiento en un álbum dirigido a niños me parece no sólo muy original sino también muy valiente.

El tratamiento de la historia es muy audaz porque huye de cualquier mensaje moralizante o didáctico. No trata de dar ninguna lección, no hay ninguna moraleja ni evidente ni insinuada, lo que se refuerza con un final, en cierto modo, abierto ya que no muestra qué le ha ocurrido al pez protagonista. Así que el lector puede imaginarse diferentes posibilidades, desde las más trágicas (“se lo ha comido”) hasta las más educadas (“bueno, a lo mejor le ha pedido perdón y el pez grande le ha dejado irse”).

En este sentido, el cuento sugiere muchas reflexiones éticas sobre lo que está bien y lo que está mal, los actos malos y buenos, su justificación o no, sus causas, consecuencias y si éstas se ajustan al perjuicio generado, sobre el poder, la fuerza, el engaño (¡ese genial cangrejo!), etc.

Cuando descubrí este álbum, lo disfruté mucho. Ahora, leyéndolo en compañía de mi hijo de 5 años, lo disfruto más porque la experiencia se amplía con los comentarios que hace y la risa que le produce la soberbia inocencia del pequeño pez.

Por otro lado, ya en la parte más “técnica”, creo que es un álbum esencial para aprender qué es un álbum ilustrado, en el que el texto y la imagen se complementan perfectamente para contar la historia. Está muy bien construido, muy bien planificado y no le falta ni le sobra nada.

Pero por encima de todo es un cuento muy divertido, que parte de una actitud muy gamberra y muy libre y que piensa en el posible lector como alguien inteligente con quien disfrutar un rato contándole un cuento. Y eso, en estos tiempos, se agradece.

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