Mi abuelo tenía una burra que se llamaba Dolores. Cuando yo era pequeña y la veía en el prado (o en el prao, como se dice en la tierruca), me llamaba mucho la atención. La recuerdo tranquila, comiendo hierba cerca del alambre de la huerta y observando fijamente todo lo que ocurría. Siempre me pregunté qué estaría pensando. Estoy segura de que sus pensamientos eran muy interesantes porque su manera de mirar era muy reflexiva.