En voz alta

Cuento cuentos, escribo y pienso, aunque no siempre lo hago en este orden.


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A vueltas con el lenguaje inclusivo

Desde hace tiempo tenía ganas de sentarme a pensar y a escribir sobre este asunto del “lenguaje inclusivo”. Sé que es un tema en el que sé que mis opiniones pueden resultar chocantes e incluso inquietantes para muchas personas (a varias amigas, por ejemplo). Pero no es mi intención molestar a nadie, ni muchísimo menos polemizar ni batallar sin sentido. Lo único que pretendo es reflexionar y aportar mi opinión a un debate con el que me llevo topando desde hace años. Sigue leyendo

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El Metro o el lugar donde viven las historias

Últimamente tengo poco tiempo para leer. Entre los cuidados del bebé, el trabajo y las tareas domésticas los únicos momentos que puedo dedicar a la lectura son los viajes en el Metro. Como tengo tan poco tiempo, lo disfruto mucho, muchísimo.

Ya desde que voy bajando las escaleras, paso por los torniquetes de entrada y espero el tren, mi mente va preparándose para los minutos de lectura que tengo por delante. Sigue leyendo


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Sobre la inutilidad de la literatura

pablo blog 2Muchas veces cuando hablo con padres, madres, educadores o compañeros de organizaciones sociales sobre libros infantiles, hacen comentarios como “¡Ah! Ese cuento es muy bueno para trabajar…” y aquí salen todo tipo de cuestiones: la empatía, la solidaridad, la generosidad, el respeto al medio ambiente, las rabietas, la higiene personal, los prejuicios, etc. A esto se le unen las innumerables listas de recomendaciones de libros infantiles o juveniles, antologías o colecciones de cuentos centradas en determinados valores como la igualdad de género, la diversidad cultural, la paz, etc. Sigue leyendo


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«Amor mío, no hay palabras…»

Cuando yo era pequeña, en mi barrio, en la esquina de la calle Pamplona con la de Francos Rodríguez había un muro en el que alguien escribió la frase “Amor mío, no hay palabras…” Estaba pintada en letras minúsculas con buena caligrafía, con tinta blanca sobre una pared enorme y muy oscura. Era lo único que había en aquel muro, junto con el letrero de “Prohibido fijar carteles. Responsable empresa anunciadora”. Yo lo veía cada tarde al volver del colegio, y lo miraba durante mucho rato según avanzaba por Francos Rodríguez. Sigue leyendo